Volver a un concierto de Los Secretos es volver al Ginkases de la otra Malasaña, a las tardes de rebobinar No me imagino hasta aprendértela. A subir la música para no escuchar lo que pasaba fuera de tu habitación. A empatizar con Enrique Urquijo y su inagotable melancolía. A no sentirte solo en el caos.
Volver a cuando aprendes a no darle la espalda a la tristeza y asumes que es la otra cara de la felicidad. Que la una no existe sin la otra.
Chupitos de licor de canela en el Madroño y mudanzas forzosas. Billares en el Baroja y misas prematuras. El primer botón que te desabrochan al ritmo de Buena chica, la emoción de lo prohibido.
Y risas, muchas risas.
Recordar dónde empezaste, de dónde vienes. Y con quién.
Volver a ser un niño.