Aperitivo

Cuando le conocí el viernes pasado me tocó la lotería. Y no en sentido figurado. Literal. Me lo presentaron en un aperitivo y me saludó con un escueto, y mal pronunciado, hola qué tal.

En ese momento le compró un décimo a un vendedor que pasaba por ahí y lo puso en mi mano con una sonrisa. Sin más. Después se perdió entre la gente. No le di más vueltas a lo surrealista del regalo.

A la mañana siguiente encontré el boleto en mi bolso y fui a la administración más cercana. Por ir. Había salido mi número. Entonces me di cuenta de que no tenía su teléfono ni recordaba su nombre.

¿Te acuerdas del chico que parecía extranjero del otro día?, pregunté a un amigo. No tenía ni idea. Ni él ni ninguno de los presentes. Y no, no era alto ni calvo. Si tuviera que hacer un retrato robot, saldría un extraterrestre rubio.

Puede ser por la influencia del anuncio de turno, de las bombillas apagadas, a punto de encenderse, de los adornos que asoman tímidamente por las calles o de los polvorones y calendarios de Adviento de Mercadona que, como heraldos, nos recuerdan que 2018 is coming.

Puede ser que fuera un excéntrico pasado de copas. Puede ser que la antesala de diciembre me altere la percepción. El caso es que me pareció mágico. Y, pudiendo elegir, me quedo con que se acerca, me guste o no, el espíritu de la Navidad.

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