Me levanto como un resorte. Uno, dos, tres saltitos. Cómo quema la puñetera arena. De cabeza al agua. Uno, dos, tres, respiro. Ningunas ganas de bañarme pero, cuando he visto que se acercaba por la orilla, no se me ha ocurrido otra cosa. Una huida en toda regla. Cuando pase, salgo. No pasa. Me ha visto. Se pone la mano en la frente a modo de visera y me saluda desde la orilla.
Mientras, mi mujer sigue tumbada en su toalla leyendo, ajena a mi angustiosa situación. Me sumerjo. Uno, dos, tres, respiro. Espero que sea como los monstruos que crees ver cuando eres pequeño y que al abrir los ojos siempre desaparecen. Pero no. Ahí sigue, ahora exigiendo que me acerque con el brazo en modo gato chino.
Me rindo a la evidencia y saludo. Pero no lo puedo evitar, mantengo la esperanza, y vuelvo a meterme en el agua. Uno, dos, tres, cuatro… Que se haya ido por favor. Pero, horror, ya no hace señales. Ha localizado mi campamento base y se dirige hacia allí a toda velocidad.
Millones de fotogramas pasan por mi cabeza. Marrakech, 2013. Viaje de incentivo. Cena y copas en antiguo palacete. Más copas que cena. Es mi compañera de mesa y no sé cómo acabamos enredados en el ascensor del hotel. En fin, ahorro detalles obvios.
Demasiado lejos de casa como para considerarlo algo malo. Creo que ni siquiera me pareció guapa, ni atractiva, ni nada. Creo. Pero, francamente, ni lo recuerdo. El caso es que ocurrió.
Tengo que puntualizar que no hace demasiado calor. Y que el mar en Galicia no invita a baños eternos. Y ahí está con mi mujer hablando tranquilamente. ¿De qué? A pesar de estar mojado noto que estoy sudando. Cinco minutos, diez, quince. Mi mujer me mira de vez en cuando con el ceño fruncido. Sabe que no soy especialmente acuático.
Veinte minutos. En algún momento tendré que salir. Pero no soy capaz. Me he bloqueado y la parestesia se apodera de mis piernas. Con cierta dificultad me voy acercando a la orilla. Uno, dos, tres, más o menos respiro. Y, milagrosamente, se aleja.
Llego a la toalla tiritando, con la mandíbula rígida. Pues sí que has aguantado en el agua. Intento contestar, preguntar qué le ha dicho. Enfrentarme a mi destino. Pero nada. Mis órganos del habla no responden. Ella coge su libro y sigue leyendo. Creo que la sangre no ha llegado al río. Aunque una hora después no ha pasado de página.