Como todos los 31 de diciembre, me muero por perderme por las calles de cualquier sitio que no sea Madrid. Porque a veces esta ciudad me estruja de una forma que no puedo respirar. Pero ahora es diferente, no salgo corriendo, no huyo de nada. Simplemente me apetece, es algo sereno y tranquilo.
Hubo un tiempo en el que me rebelaba, intentaba ser mejor. Hasta que una noche de insomnio hice las paces a fuerza de negociar conmigo misma. Y la aceptación me dejó tranquila y durmiendo nueve horas seguidas.
Y, objetivo logrado, ya no tengo la inquietante y constante sensación de tener que cambiar algo. Ya no tengo el ahogo continuo de tener que llegar a todo. No soy Tom Cruise en Misión Imposible. No soy una heroína, no soy la más lista, no soy una solución.
Asumo con alegría no necesitar todo aquello que se supone que es imprescindible para ser feliz.
Sí me hace feliz la gente no convencional y no conformista que me rodea. Mis hermanas y hermanos postizos que siempre están y nunca fallan, capaces de recoger mis pedazos cuando me he roto y volverlos a pegar. Me hacen feliz los valientes porque se han quedado y los cobardes porque se han ido.
Empieza un nuevo año y tengo toda la fuerza para hacer que sea bueno. Como en un viaje, intentaré coger la ruta adecuada, pasar dignamente los baches y encontrar la salida que me lleve donde quiero.