Dime lo que quiero oír y vete. No es tan difícil. Lo dices, te vas y yo me engaño pensando que no es un problema de sentimientos, que es la vida la que impide que estemos juntos. No tú, que eres una víctima de las circunstancias. No yo, que creo haberte dado todo luchando contra los elementos. Echamos la culpa al karma, al destino, a la existencia y al calentamiento global. Nos abrazamos y jugamos a que no nos queda otra opción. Luego coges tu vuelo, tu tren, tu coche o tu moto y desapareces. En mí se queda la idea romántica de los amores imposibles. En ti, la satisfacción del deber cumplido. Ninguno vuelve a frustrarse sin saber qué hacer. La solución no está a nuestro alcance. Nos consolamos pensando que igual la vida, el karma, la existencia o el calentamiento global nos hacen cruzarnos otra vez. Y así, quedamos liberados de actuar. Y de pensar. Que pensar en agosto resulta bastante incómodo.