Fotos

Una amiga de mi marido decide quitar trastos de su casa. Espacio vital para respirar, para avanzar, nos cuenta. Y para hacer sitio a su novio. Años intentando hacerle ver lo apasionante del mundo adulto del compromiso. Y, por fin, se va a vivir con ella.

Las cosas vuelan hacia una papelera. Un tirolés de porcelana recuerdo de un viaje, la figurita del roscón de Reyes con forma de rana de su sobrina, cuadernos a medio escribir con tapas de colores, marcos que se han quedado vacíos en la esperanza de encontrar la foto perfecta. Fuera.

Y llega el momento de quitar libros que ya no quiere. Hace montones en el suelo según los saca de la estantería. No se tiran, no se venden. Como la energía, solo quiero que se transformen al cambiar de dueño, dice. Llevaos los que queráis. Hay de todo, asesinatos, amores, guerras, muertes y duelos, autoayuda y lecciones de cómo ser mejor, más sano, más listo, más alto, más guapo.

La miramos escépticos. Pero, poco a poco, nos metemos en el papel y van pasando de mano en mano. Noto su cara de sufrimiento contenido mirando un título y otro. Supongo que cuando estás a punto de perder algo es cuando más lo quieres.

Entonces, ocurre. De entre las páginas de una novela manoseada cae una foto en el centro de la mesa. Todos la miramos, nadie reacciona. Como si en una güija el vaso se hubiera movido solo. La anfitriona riéndose abrazada a alguien en un escenario desconocido para el resto. Casa rural con chimenea incluida.

A su acompañante lo hubiera reconocido incluso de espaldas. Diez años casada con él dan para no perder detalle. Pero ni me tengo que esforzar. Porque ahí está, de frente, desafiante. Pelo moreno, sonrisa relajada, ese jersey enorme que le regalé. Pedraza, 2012, han escrito con un rotulador al pie.

Mi imaginación y los datos que tengo completan la película. 2012. No fue un buen año para nosotros. Yo quería niños, él no. Debió de ser el mismo fin de semana que discutimos este tema y repentinamente tuvo que viajar a Bilbao. Yo me iba a un curso en Salamanca. Recreo la supuesta conversación de mi marido y su amiga.

Estoy un poco de bajón, dice él. ¿Nos tomamos algo? Noche que se vuelve eterna, imposible callarse o irse. El resto, obvio. Pedraza está al lado. Porque la casa de uno es sagrada, pero en territorio neutral los pecados se vuelven más inocentes. A la vuelta, ni una palabra. Corriendo a recomponer sus relaciones por pura culpabilidad.

Mientras, en Salamanca, yo también encontré refugio. El mismo día. Me parece incluso gracioso que solo nos hayamos coordinado en engañarnos. Fue inmediato. Entrar en clase, ver a ese desconocido y volver a sentirme viva sin ni siquiera saber su nombre. Igual de infiel pero sin pruebas.

Y con alguien que no volvería a cruzarme. Solo quedaban fotogramas en mi cabeza. Vuelvo al ahora cuando el resto sale del apartamento como si hubiera un incendio. Nosotros cuatro permanecemos callados mirando la foto.

Sin mediar palabra me levanto y me voy. Extrañamente triste por confirmar que hacía tiempo que no tenía sentido. Miserable por agarrarme a la excusa perfecta para acabar sin explicaciones. Y feliz de no haber perdido ni un minuto de mi infidelidad haciendo fotos absurdas.

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